LEYENDAS E HISTORIA


LEYENDA DEL JURAMENTO DEL CRISTO DE LA VEGA EN TOLEDO



               "A BUEN JUEZ, MEJOR TESTIGO"
Toledo era la ciudad de los sueños de Inés de Vargas y Diego Martínez, dos jóvenes amantes que hacían de la oscuridad su cómplice para poder compartir unos momentos de pasión. Cada noche, el joven salía de su casa, recorría estrechos pasadizos y empinadas callejuelas, hasta llegar a un lugar en el que se vislumbraba un punto de luz de un candil procedente de la habitación de Inés que impaciente le esperaba; antes de que los primeros rayos de luz iluminaran las viejas casonas, Diego abandonaba el lecho de su amada. Así, noche tras noche hasta que un desafortunado incidente hizo que las visitas del joven dejaran de prodigarse.

Cierto día tras despedirse de Inés, el joven emprendía su marcha, como de costumbre, deslizándose por el balcón; apenas puso los pies sobre el empedrado suelo, observó entre las sombras la silueta de un hombre que identificó al levantar la vista: se encontraba frente a frente con Iván de Vargas, padre de Inés. Aturdido, salió corriendo sin escuchar los reproches del hidalgo caballero que, encolerizado, instó a Inés a proponer a su mancebo que se casara con ella o jamás volverían a estar juntos. Así se lo hizo saber a Diego quien reaccionó rápidamente ante tales palabras argumentando que en breve partiría a la guerra de Flandes, pero que al cabo de un año volvería y la haría su esposa. Inés quiso hacer más firme la promesa rogándole que lo jurara ante el Cristo de la Vega, replicando él que con sus palabra debía bastar pero si quedaba más satisfecha así lo haría. Juntos se encaminaron hacia la basílica de Santa Leocadia, situada en medio de la vega toledana: traspasaron el umbral y entre gigantescos cipreses llegaron a la capilla en cuyo interior se conserva la imagen del Cristo ante el cual debería realizar su promesa. Se acercaron a Él y guiando ella con ternura las manos del muchacho hasta tocar los pies del crucificado, le preguntó;

-Diego, ¿juras a tu vuelta desposarme?

Contestó el mozo:

-!Sí, juro¡

Y así, los dos juntos, con el semblante alegre y las manos entrelazadas salieron del templo augurándose un futuro feliz y prometedor.

Pero el destino en ese momento no les iba a ser favorecedor y lo que debía de haber sido un corto período de espera se vio inesperadamente prorrogado: el tiempo pasaba, los soldados iban regresando de la guerra pero Diego no volvía....

Tres largos años de interminable espera habían dejado su huella en el bello rostro de Inés, cuya alma no entendía de guerras ni de distancias.

Cada tarde, después de visitar la capilla del Cristo, se dirigía a lo alto del Miradero, atalaya desde donde se podía ver a todo aquel que penetrara en la amurallada ciudad, ya fuera por la Puerta del Cambrón o la de Bisagra. Pero siempre se repetía la misma escena: labriegos trabajando en las huertas de la vega, pescadores lanzando sus cañas a las riberas del tajo...pero su amor seguía sin regresar.

Un buen día, que nada parecía presagiar, un lejano galopar y una densa nube de polvo la hicieron salir de su abstracción y al alzar la cabeza pudo distinguir la silueta de su anhelado Diego. Poco a poco el ecuestre grupo se fue acercando y ella en una veloz carrera salió a su encuentro comprobando que el jinete que iba al frente de siete lanceros y diez peones, era sin lugar a duda Diego Martínez: -¡Diego, eres tú!

Fueron las palabras que salieron de su boca. Él, casi sin inmutarse fingió no conocerla y ante el estupor general siguió su camino.

Inés lanzó al viento un grito desgarrador, se desplomó. ¿Qué sucedía? Había una respuesta a comportamiento tan irracional: de simple soldado, el chico había ascendido a capitán y a su vuelta el rey lo nombró caballero.

Dueño de una nueva posición social, nada quería que le recordara ya a su humilde vida anterior. La chica no se dio por vencida y varias veces acudió en su búsqueda recordándole su juramento mediante ruegos y amenazas, pero él lejos de apiadarse llegaba incluso a despreciarla.

Desesperada y viendo que ya nada surtía efecto se encaminó a exponer su caso al entonces gobernador de Toledo don Pedro Ruiz de Alarcón, quién después de escuchar a los dos sugirió que se le presentara algún testigo. Ante la negativa de ambos, el gobernador dejó marchar al capitán, pero en un último intento desesperado ella imploró:

-!Llamadle¡

-Tengo un testigo a quien nunca faltó verdad ni razón.

-¿Quién?

-Un hombre que de lejos nuestras palabras oyó, mirándonos desde arriba.

-¿Estaba en algún balcón?

-No, que estaba en un suplicio donde ha tiempo que expiró.

-¿Luego es muerto?

-No, que vive.

-Estáis loca !vive Dios¡
¿Quién fue?

-El Cristo de la Vega a cuya faz perjuró.

Un silencio sepulcral inundó la sala y después de unos instantes de perturbación, jueces y gobernador declararon que no podía haber testigo mejor. Junto todos, acudieron al templo: delante don Pedro de Alarcón, le siguen Iván de Vargas, su hija Inés, escribanos, corchetes, guardias, monjes, hidalgos, mozos y chiquillos.

Cuando semejante tropel de gente llegó, en la vega esperando se hallaba ya, junto a un grupo de curiosos, Diego Martínez con su espada empuñada, sombrero de cuatro lazos de plata y espuelas de oro. Entraron en el claustro y después de encender los cirios rezaron una oración ante la imagen del Cristo, cuya cruz permanecía apoyada en el suelo, situándose a ambos lados los jóvenes y detrás el gobernador con sus jueces y guardias.

El notario se adelantó hacia la imagen, leyó por dos veces la acusación y dirigiéndose al crucificado dijo en voz alta:

-Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas.
¿Juráis ser cierto que un día
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?

El Cristo bajó su mano derecha y poniéndola sobre los autos, exclamó:

-!Sí, juró¡

Todos los asistentes quedaron impresionados al ver la imagen con la mano desclavada y los labios entreabiertos.

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LEYENDA DE "TOMASÍN", EL NIÑO NAZARENO DE LOS GITANOS QUE NUNCA PROCESIONÓ PERO PRESENTE TODOS LOS AÑOS


Las historias y leyendas en las Hermandades o Cofradías de Sevilla es muy rica y ámplia. Se habla, en torno al Señor de la Salud, popularmente conocido como el Cristo de los Gitanos, de "Tomasín", pero..., quién era Tomasín?

Tomasín era un chico de corta edad, huérfano de madre. Su padre trabajador en una empresa de los ferrocarriles en el Barrio de San Jerónimo, dado que la jornada laboral de este hombre era casi de sol a sol, decidió que Tomasín fuese cuidado por las Monjas del Convento de Santa Isabel. La ilusión de Tomasín era la de salir de nazareno con su Cofradía de Los Gitanos, para ello, las monjas le confeccionaron la túnica, para que su padre lo metiera en las filas de nazarenos en la mañana del Viernes Santo.
Tomasín contaba los días para vestirse de nazareno, pero tuvo la mala fortuna de caer enfermo antes de la Semana Santa. En aquellos años la medicina no tenía los adelantos que hay en la actualidad y el niño no sobrevivió a la enfermedad y Tomasín después de muchos días en cama falleció. La triste noticia se difundió por todo el Barrio de San Marcos y todos los vecinos quisieron acompañar a Tomasín hasta el Cementerio. El velatorio fue multitudinario y a la vez estremecedor, resultaba muy doloroso ver a Tomasín amortajado con su túnica de nazareno de Los Gitanos, aquella que nunca llegaría a estrenar.
Aquél año, fue distinta la noche de Jueves Santo. Su casa, antigua casa de vecinos, situada en la calle Vergara, 9, donde años atrás era un revuelo de nazarenos de Montesión, Macarena, Los Gitanos y algún que otro "armao" no parecía la misma. Todos echaban de menos a Tomasín.

Cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, cuatro hermanos de la Hermandad de Los Gitanos atravesaban la fría Plaza de Santa Isabel para enfilar la calle Enladrillada, cuando escucharon un sonido de puerta de madera que se abría, y ante sus asombrados ojos vieron la figura de un niño pequeño que con su antifaz puesto salía del Convento de Santa Isabel, con su varita en la mano. Estos hermanos ni siquieran pudieron dar un paso, quedaron pretificados al ver como la figura del nazarenito se perdía por la calle. Decidieron seguirle, pero ya era tarde, Tomasín había desaparecido, tan solo se encontraron una varita pequeña tirada en el suelo. La recogieron y se la entregaron al día siguiente a las monjas del Convento. La sorpresa de la Superiora fue tremenda al preguntar ¿cómo había salido esa vara del convento si la tenía bien guardada en sus aposentos?

Todavía hay personas que han visto en alguna ocasión salir un nazarenito a altas horas de la madrugada del Viernes Santo saliendo del Convento de Santa Isabel y perderse por las calles.

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LEYENDA DEL CACHORRO DE TRIANA


Hay una leyenda que circula por toda Sevilla y Triana sobre el apodo de "Cachorro", al Stmo. Cristo de la Expiración. Pues bien, se cuenta que vivió en Triana un gitano, de los llamados castellanos nuevos, apodado "cachorro", que atravesando cada día el puente de barcas junto al Castillo de San Jorge, llegaba a Sevilla.

Un payo residente en la ciudad vino a sospechar de este hombre, pensando que su visita no era por otro motivo que el de cometer adulterio con su propia esposa. Los celos de este hombre llevaron un día a buscar al gitano que llegaba a la Venta "Vela", lo esperó oculto; no hizo más que llegar, ajeno a la suerte que correría, mientras sacaba agua del pozo que junto a la referida venta existía, le asestó siete puñaladas que le ocasionaron la muerte.

Asegurán que el escultor de la Imagen del Cristo de la Expiración, Francisco Ruiz Gijón, estaba presente en el suceso y que tuvo oportunidad de presenciar la agonía del gitano "cachorro". Captó con la mirada el rostro de aquél moribundo en el instante de su expiración e hizo suya la expresión terrible que plasmó con toda naturalidad en la obra que en esos días estaba realizando. Al presentar la obra, una vez terminada, todos vieron en el Cristo de la Expiración la muerte del gitano "cachorro", lo que comenzaron a denominar al Señor con el apodo que tenía el gitano.

La leyenda vino a completarse con la investigación que llevó la Justicia. En efecto, el gitano visitaba cada día a una mujer, aunque esta resultó ser su propia hermana bastarda. El gitano en el intento de mantener el secreto por temor a perjudicarla, dado su origen, había sido descubierto y acusado de aquellas erróneas intenciones.

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LEYENDA DEL GRAN PODER


Cuenta la leyenda que Juan Araujo, delantero centro del Sevilla, un día colgó las botas y su camiseta con cordoncillos como de pescadora playera, y puso un garaje. Tenía una vida próspera, felicitad, aunque ésta última se vio truncada con la grave enfermedad de un hijo.

Pato Araujo, como le conocía en el argot futbolero llevó a su hijo a los mejores médicos de la época, sin que ninguno hallara remedio. Con un hilo de esperanza en su desesperación, acudió muchas tardes a la Iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Señora del Gran Poder que lo curara. Un día…, otro, hasta que el muchacho falleció. Con el dolor del momento por enterrar a un hijo, se dirigió a San Lorenzo y, encarándose al Gran Poder le dijo: “Que sepas que ya no vengo más a verte porque no has querido salvar a mi hijo… Así que si quieres verme, vas a tener que ir tú a mi casa….”

Pasaron los años. Se celebró en Sevilla una Santa Misión en la que las Imágenes de Semana Santa fueron llevadas a los barrios, para mover la devoción. Al Señor del Gran Poder decidieron llevarlo al barrio de Nervión. Portaron al Señor de Sevilla en unas modestas andas y cuando la noche se abrió en agua, los hermanos que portaban al Señor buscaron inmediatamente un lugar donde reguardar la Sagrada y Venerada Imagen. Vieron un garaje…, llamaron. Era el garaje de Juan Araujo, quien oyó los intempestivos aldabonazos, bajó a abrir, preguntó quién era y oyó que le decía desde la calle: “Venimos con el Gran Poder, ¡abra, por favor! Para que el Señor no se moje…”

A Juan Araujo le entró por el cuerpo un repeluco de emoción muy distinto a cuando marcaba los goles de cabeza al Atlético Aviación. Recordó sus palabras encorajinadas por el dolor en la Iglesia de San Lorenzo, abrió la puerta y se encontró con el Gran Poder, que, como cumpliendo un desafío de Hombre, venía a verlo a su casa. Juan cayó de rodillas y lloró….

Hay veces que la muerte es una devolución de visitas.


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LA MACARENA SE LA LLEVÓ CON ELLA














Una leyenda o historia real, en este caso atribuida a la Macarena ocurrió en los años 40 del siglo pasado y en la calle Feria, donde vivía una familia que tenían una niña enferma incurable, sufriendo unos dolores horribles y sin cura para su enfermedad. La familia esperaba la muerte de la niña para que dejara de padecer y de sufrir.

La Esperanza Macarena pasaba delante de la casa todos los años en la Madrugada de Viernes Santo y todos los años, colocaban la cama de la niña cerca de la ventana para que la pudiera ver pasar.

Un año, el paso de palio paró justo delante de la casa y el padre rezó a la Virgen Macarena y le pidió que cuando pasara delante de la ventana donde estaba su hija, ésta se durmiera para siempre. Cuando la Señora pasó por delante de la ventana de la niña ésta cerró los ojos y nunca los volvió a abrir. La Macarena quiso llevársela con Ella….