En el mismo lugar y a los 50 años exactos de la apertura del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI abrió el “Año de la Fe” destinado a redescubrir los grandes mensajes de aquella asamblea que cambió la historia de la Iglesia con su énfasis en la Sagrada Escritura, el respeto a judíos y musulmanes, el ecumenismo, la responsabilidad de los laicos, el uso del idioma local en la liturgia, etc.
Acompañado por los 262 participantes en el Sínodo de Obispos, la Curia Vaticana, los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo y un gran número de obispos y sacerdotes peregrinos, el Papa inició su homilía con un saludo muy afectuoso al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, y al primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, quienes estuvieron presentes en Roma para tomar parte en esta ceremonia e intervenir en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización.
Benedicto XVI dirigió un saludo especial a los catorce padres conciliares que han podido viajar a Roma 50 años después de aquel Concilio inaugurado el 11 de octubre de 1962 y clausurado el 8 de diciembre de 1965. Joseph Ratzinger, que entonces era un joven teólogo, participó también como asesor del cardenal de Colonia y después como perito, pero no como padre conciliar puesto que todavía no era obispo.
En su homilía, el Papa afirmó que “Jesucristo es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización”, un movimiento que “con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual”.
Según Benedicto XVI, “es necesario que la nueva evangelización se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II”. Por ese motivo, dijo, “he insistido repetidamente en la necesidad de regresar a la ‘letra’ del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu”.
La desertificación espiritual
Esa referencia al contenido real de los 16 bellísimos documentos “evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad”.
El Papa manifestó haber proclamado este “Año de la Fe” y haber propuesto un gran esfuerzo de “Nueva Evangelización” sencillamente “porque son todavía más necesarios que hace 50 años”, ya que “en estos decenios ha aumentado la ‘desertificación espiritual’.
Benedicto XVI invitó a caminar por la vida como peregrinos pues “el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es el que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago”.
El “Año de la Fe” es “una peregrinación en los desiertos espirituales del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforjas, ni pan ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión”.
Al término de la misa, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, “primus inter pares” de las Iglesias Ortodoxas, dirigió un saludo a los fieles, y el Papa procedió a entregar los mensajes del Concilio Vaticano II a seis grupos de personas que representaba a los gobernantes, los científicos, los artistas, las mujeres, los trabajadores, los pobres y enfermos, los jóvenes y los catequistas, personificación del futuro de la fe.
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