jueves, 31 de octubre de 2013

Curas de carretera en la Diócesis de Málaga

Son muchos los sacerdotes que, además de sus obligaciones como párrocos en la Diócesis de Málaga, deben recorrer largas distancias por carreteras secundarias para llegar a los pueblos que tienen a su cargo por las serranías malagueñas. Sin miedo al frío o al calor, cada semana se ponen en carretera para llevar al Señor a los pueblos que tienen a su cuidado. Son muchos y, cada uno cargado de muchas historias. Estas líneas pretenden ser un pequeño homenaje a todos ellos, por hacer que el Señor esté presente en cada pequeño rincón de esta diócesis.

José García Macías es párroco de Canillas de Aceituno, Sedella, Salares, las pedanías de Río Bermuza, Pasada de Granadillo y Rubite. Es, además, profesor de Religión en el Instituto de Periana y dice sonriendo «cada vez que hay ordenaciones me vuelvo loco de contento, porque pienso que así somos más para compartir los pueblos. Por eso, siempre pido a la gente que rece mucho por las vocaciones. A pesar de atender varios pueblos, siempre intentamos llegar porque los feligreses nos están esperando. Salvo una vez que hubo una nevada muy grande y cortaron la carretera. Procuramos organizarnos según las necesidades. 

En Sedella y Salares, por ejemplo, se celebran los bautizos los domingos dentro de la misa. Además no hay muchos, porque son poblaciones pequeñas. Las bodas intentamos ajustarlas también».

«Cuando estás tantas horas en la carretera te pasa de todo. Una vez recogí a un autoestopista y se confesó en el trayecto, e incluso uno de los guardias civiles de la zona está interesado en que celebre su boda» comenta Jesús Hernández, párroco de Cañete la Real, Cuevas del Becerro, Serrato, la Atalaya y capellán de las Carmelitas Calzadas de Cañete la Real. «A la gente le cuesta trabajo entender que tiene que compartir al cura, algunos dicen que antiguamente esto no pasaba. Pero por desgracia, esto es como lo del chicle que, mientras más se estira, más fino se hace. Pues igual pasa con el cura, mientras más se estira, más fina es su presencia. A nosotros nos gustaría visitar más a los enfermos y otras muchas cosas pero no es posible. A pesar de que hay mucha gente que piensa que la vida sacerdotal es muy dura, yo pienso que más duro lo tienen muchos seglares. En la vida todo es duro, pero es bonito si se vive desde el Señor. Pero ser sacerdote merece la pena. Yo siempre digo que soy un sacerdote fruto de la oración, porque cuando mi abuela supo que iba a ingresar en el seminario, me dio una caja de parte de mi abuelo, ya fallecido, y me dijo: “tu abuelo llevaba 40 años rezando para que un nieto suyo se hiciera sacerdote. Cuando abrí la caja contenía un alba, una estola, un porta viático y un cáliz"».

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